-¿“El cielo de Nany” es tu cielo?
-Sí, está hecho para mí. Es una obra muy tierna, muy dulce, y yo soy así, tengo ese lado muy sensible que me sale sin darme cuenta. Y eso a los niños les atrapa. Si no tenés una sensibilidad especial para estar al lado de los niños, la cosa no funciona o se complica. Son un público muy transparente. Si algo les aburre o no les gusta, se ponen a hacer otra cosa, se dispersan o se quieren ir. Me sorprende en cada función de “El cielo de Nany”, que los bebés y niños se queden toda la obra mirándonos, a mí y al elenco de actores y bailarines, como expectantes, participando con nuestros juegos y bailes en escena. Levantan sus manitos, aplauden… me demuestran tanto amor.
-Será porque es recíproco…
-Seguramente. Me encantan los niños. Me interesa su desarrollo, leo mucho sobre el tema, más allá de la Facultad. Me gusta investigar el proceso de aprendizaje, de crecimiento de un bebé. Tengo una ahijada chiquita con la que voy aplicando todo lo que aprendo de ellos…
-Tu ahijada Olivia, Oli, como tu dragona en la obra…
-Sí, ella en el escenario es mi amiga imaginaria. Me vino a ver al teatro y fue un momento muy emocionante.
-¿Dejarías el escenario por un pizarrón?
-No. El arte es lo primero en mi vida. No lo dejaría nunca. Me gusta la docencia, me gustaría tener un jardín maternal artístico, ese sería mi proyecto. Pero no podría dejar nunca el escenario.